Los pececillos

“-Si los tiburones fueran hombres -preguntó al señor Keuner la hija pequeña de su patrona-, ¿se portarían mejor con los pececitos?

-Claro que sí -respondió el señor Keuner. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que el pececito no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en cuando, grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes.

También habría escuelas en el interior de las cajas. En estas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Éstos necesitarían tener nociones de geografía para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando. Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececillos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación materialista, egoísta o marxista. Si algún pececillo mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.”

HISTORIAS DEL SEÑOR KEUNER (Bertol Brecht. 1949) “Si los tiburones fueran hombres”

A millones de personas, como modestos pececillos, o pececillas, a lo largo y ancho del mundo, nos han colocado en inmensas cajas, o cajitas, en caso de los arrestos domiciliarios, nos han colmado de instituciones filantrópicas llamadas bancos de alimentos para que no pasemos hambre, de medicamentos, de bozales, de guantes, de desinfectantes y en algunos lugares más favorecidos incluso se han repartido estipendios en forma de dinero para preservarnos de desvaríos similares a la requisa de lo indispensable para sobrevivir.

A los pececillos más ancianos, que no son de buen roer para los tiburones, se les ha puesto en cajitas minúsculas para que se conviertan en materia orgánica lo antes posible. A los pececillos bebés, se les ha puesto bajo control estricto aseverándoles de los peligros del mar y se les está entrenando a no fiarse de los demás pececillos, pues lo importante es confiar en los tiburones. Tiburones multiformes, unos disfrazados de dibujos animados, otros de maestros, otros de pediatras, otros de agentes del orden, en fin un abanico multicolor para hacer más agradable su presencia.

A los pececillos adultos, se les han realizado todo tipo de pruebas para determinar su estado de salud y que sean tiernos y digeribles. Además para velar por su estado de salud se han puesto en funcionamiento una multitud de espectaculares ingenios como los descritos en el periódico La VANGUARDIA de 6 de Septiembre de 2020 que dice así: “Un conglomerado formado por seis empresas tecnológicas, tres universidades y el Instituto Tecnológico de Castilla y León (ITCL), asesorado y supervisado por el Ministerio del Interior, trabaja desde 2018 en un proyecto único en Europa de control policial con reconocimiento facial que roza la ciencia ficción: agentes dotados de gafas con hardware de realidad aumentada (AR) y de inteligencia artificial podrán distinguir entre una multitud tanto a delincuentes como objetos sospechosos. El programa, denominado AI MARS (Artificial Intelligence system for Monitoring, Alert and Response for Security in events), permitirá rastrear millones de caras por segundo en grandes concentraciones, sean estadios de fútbol, estaciones de transporte, conciertos, centros comerciales, ferias o manifestaciones”.

De este modo, nosotros pececillos y pececillas adultos, podemos respirar tranquilos pues no habrá quien pueda escapar del Gran Hermano que velará por nuestra seguridad y arrestará, aislará, encerrará o vacunará a quien ose perturbar el bienestar de nuestro fondo terrestre para que podamos continuar engordando a los tiburones mayores, aunque siempre quedará un remanente para alimentar a tiburones más pequeños.

En las cajas hay algunos pececillos que a simple vista parecen de un color rojillo, aparentemente contrarios a las cajas, pero curiosamente piden más saborizantes y medicinas para que los tiburones coman más gustosamente y piden más escuelas en donde se enseña a sacrificarse con alegría ante los tiburones. Alegan estos pececillos y pececillas que ya reclamarán cuando estén en las fauces de los tiburones y que de momento lo importante es engordar y aprender aunque lo que comamos y lo que aprendamos no va precisamente a favor de los pececillos ni pececillas.

En el mar, algunos pececillos o pececillas logran escapar de las jaulas y se esconden entre las rocas del fondo marino, son los modernos pececillos cimarrones o cimarronas que desafiando e ignorando las advertencias sobre los peligros que existen fuera de la caja, prefieren ir a otra escuela con maestros pececillos o pececillas enemigos de los tiburones, prefieren escoger las algas que comer antes que los saborizantes recetados por los médicos tiburones. También emiten señales para que los encerrados en las cajas puedan darse cuenta que se vive mejor fuera.

Pero los tiburones, hábiles, saben interrumpir las señales emanadas por los cimarrones, o intentan desacreditar estas señales advirtiendo que donde se está mejor es dentro la caja y que en caso de no hacer caso a estas advertencias pueden recaer enormes desgracias. No es que los tiburones inventen algo nuevo, sino que siguen una tradición ancestral, perfeccionada y refinada por los tiburones europeos a lo largo del mar terrícola. Si consiguen atrapar algún pececillo o pececilla cimarrones, le cortan las aletas o la cola y apenas les dan de comer. No es un plato favorito de los tiburones, no los comen, los dejan en medio de la caja para que todo el mundo los vea y sepan a qué atenerse si hacen caso de los cimarrones.

Los tiburones aprendieron esto de la realeza europea, como el rey Leopoldo II de Bélgica y lo que hacía con los cimarrones que pretendían escapar de las duras condiciones de esclavitud (ver la foto) aunque su estatua presida un emblemático espacio público de Bruselas y que se le considera un modernizador y persona con gran interés en mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos de su metrópoli  (Barbara Emerson, (1980). Léopold II: Le royaume et l’empire).  Dejando de lado las pequeñeces de cortar manos y pies de los cimarrones congoleños y de ordenar asesinar entre 8 y 10 millones de personas en el Congo, los pececillos belgas de todos los colores estaban felices con él ya que durante su reinado se aprobaron numerosas medidas sociales, como el derecho a crear sindicatos, la prohibición a los niños menores de 12 años de trabajar en las fábricas, la prohibición del trabajo nocturno para los menores de 16 años y de los trabajos subterráneos para las mujeres de menos de 21 años, el descanso dominical y una compensación en caso de accidente laboral. Y como buen tiburón creó la Asociación Internacional Africana (AIA), presidida por él mismo, para promocionar la paz, la civilización, la educación y el progreso científico en África. (Africa and the Brussels Geographical Conference, Sampson Low, Marston, Searle & Rivington, Londres, 1877. Biblioteca de la Universidad de California).

Todo y con esto, hay cimarrones y cimarronas, siempre los ha habido, tal vez en otras épocas había más, cuando era más importante cambiar el mundo que no afianzarse con el existente. Pero los tiburones planifican a largo plazo, quedan a la espera que los pececillos y pececillas crezcan sanos y robustos para comerlos mejor, tienen paciencia, los alimentan e incluso cuidan su espíritu y constantemente están haciendo números de cuantos pececillos y pececillas hay, cuantos se necesitan para saciar el hambre, cuantos servirán para convencer a los demás pececillos que los tiburones son buenos, cuantos deberán estar enjaulados permanentemente en pequeños cubículos para servir de ejemplo a los demás, cuantos sobran,… Y mientras tanto los pececillos pintados de rojo en lugar de apoyar a los cimarrones e intentar una fuga masiva, se contentan en sentarse delante de una cámara de ordenador y realizar manifestaciones virtuales, cada uno en la cocina de su casa.

Los cimarrones y cimarronas conocen los entresijos de los tiburones y, tienen una perspectiva a largo plazo, no se dejan engañar por las promesas de los tiburones ni por los titubeos de los pececillos pintados de rojo. Simplemente se mantienen firmes en sus ansias de libertad y resistiendo denodadamente para acumular fuerza y conseguir que desaparezcan las jaulas al grito de: El mar es nuestro.

Josep Cónsola

Septiembre 2020