TESIS IMPRECINDIBLE PARA LA IZQUIERDA RADICAL (y II)

REPARTIR EL ESFUERZO DE APORTACIÓN SOCIAL Y  LA CALIDAD DE VIDA QUE SE GENERE

Estoy convencido de que Marx y Engels, pensaban que a estas alturas de 2015, ya haría tiempo que el capitalismo habría sucumbido. Ya habría desaparecido, por no haber podido superar sus contradicciones. Marx y su compañero, creían lógicamente, (según la dinámica de la lucha de clases),   que los capitalistas se despedazarían, constantemente, de forma insoslayable, en su lucha competitiva de mercado, con más y más virulencia, agudizada frente a los intereses de la clase obrera y sus organizaciones que, frente a los avances científicos y técnicos, no dejarían de presionar exigiendo mejores condiciones de trabajo y vida.

 El capitalismo hubiera estado ya hace mucho tiempo abocado a la derrota. Sin embargo, lamentablemente, debido a los referidos errores de olvido cometidos por los dirigentes de las organizaciones obreras, la clase capitalista salió indemne, una y otra vez, de sus contradicciones haciéndolas recaer en el seno de la clase explotada y en clases medias. Marx y Engels, en sus análisis no podían concebir, que la izquierda revolucionaria cedería a las envestidas cíclicas capitalistas de sobreacumulación de productos una y otra vez. Pensaban que, la clase obrera, ahogaría al capitalismo en su economía demencial, de laissez faire.

 Ciertamente, en el siglo 19, la lucha de clases era más evidente, más clara; el combate ideológico era más sencillo de explicar y comprender; las diferencias en capacidad y medios propagandistas entre clases no eran tan desiguales, por lo que la clase obrera  era más eficaz con su comunicación y tenía más posibilidades en la lucha para la comprensión de clase, de unidad y de solidaridad. Por eso durante la segunda mitad del siglo 19, con el peso teórico del marxismo y del anarquismo, se enriquecieron de verdades y razones contundentes, consistentes en mejorar sus condiciones de vida y trabajo, basadas en los beneficios que aportaban los avances científicos y mecánicos, la cualificación, etc. Con esta lógica y conciencia de la clase obrera, los capitalistas presionados por la competencia y las nuevas máquinas, lo tenían crudo a la hora de despedir trabajadores. Según los obreros, si las máquinas producían más, no había que despedir a nadie sino rebajar el tiempo de la jornada laboral.

Los trabajadores, para suavizar estas reivindicaciones, hacían uso de argumentos interclasistas que todos conocemos: si los productos se conseguían con menos gente trabajando, los empresarios no podrían venderlos todos y obtendrían menos beneficios, dado que los que se quedaban sin empleo no podrían comprarlos. Sin embargo, hoy se siguen utilizando estos mismos argumentos, desde posiciones “reformistas” y socialdemócratas; a lo que se ha de decir, que si bien en el siglo 19 “era razonable” que se utilizaran estas deducciones; en nuestros días ya no tienen cabida, pues no se puede seguir planteando el reparto del trabajo para mantener los mismos ritmos de producción y consumo. Son  razonamientos decimonónicos, alienantes y consumistas que justifican el mercado capitalista.

Personalmente, a pesar de haber leído muy poco, cayeron en mis manos textos de ciertos autores, a título individual (de trabajos y estudios), entre los que destaco a H. Marcuse; el que si bien fue leído sobre todo en círculos académicos y estudiantiles (y tuvo incidencia y repercusiones en los años 60 del siglo XX), por otra parte fue vilipendiado por el comunismo soviético y pro-soviético internacional. En los años 70, yo mismo que militaba en el PSUC, aún no lo había leído y ya, de oídas, me permitía criticarle. Mi opinión como la de otros muchos activistas obreros, que pertenecían por entonces al Partido Comunista, estaba en consonancia con la formación política recibida: ¡de pena! Opinábamos según lo que escuchábamos a quienes considerábamos mejor formados.

También otro personaje  de relevancia extrema y diversa, habló de la lógica y necesidad de reducción de la jornada laboral. Según tengo entendido, bien porque yo mismo lo leyese en alguna parte, o porque alguien me lo explicara (a mi memoria “hay que echarle de comer aparte”): fue Stalin, (todo y que era antítesis de Marcuse), quien durante su “reinado” pronosticó, que para los años próximos a 1960, en la URSS, estaría establecida una jornada laboral de cuatro horas. Y la verdad es que la podrían haber establecido mucho antes. Pues generalmente para que nadie estuviera en paro, en los centros de trabajo, el personal de plantilla estaba aumentado al doble de lo que se necesitaba. Y he aquí un cordón umbilical cortado y separado por cerca de un siglo antes: en los años 80 del XIX, Paul Lafargue, por entonces, ya había razonado esas cuatro horas de faena al día y denunciado la obsolescencia programada; ¡vaya que madrugó él tío! Y es verdad que en el siglo XX, de manera aislada, algunas luchas históricas dejaron huella respecto a esta cuestión; tal es el caso de la huelga, en la empresa La Canadiense en Barcelona, en la que tras  más de 40 días de huelga, el 17 de marzo de 1919, entre otras cosas, se consigue la jornada laboral de 8 horas. Hasta estas fechas, esta reivindicación se mantuvo a nivel internacional, mayormente, al socaire de la celebración del primero de mayo. Sin embargo, hasta que el Gobierno español, decreta la jornada de 8 horas, el 3 de abril de 1919; (justo a raíz de esta huelga de la Canadiense en Barcelona), ésta, (la jornada laboral), ya era víctima desfasada; pues ya habían pasado 70 años de avance  exponencial científico-técnico. Esto mismo es lo que ocurre en el ámbito internacional.

Hoy nos encontramos con un nuevo ciclo de contradicciones del capitalismo, por acumulación de productos invendibles, que podríamos pronosticarlo como la reproducción de todas las crisis que se han visto “fenecer” por el camino, quedando mal enterradas. Todas ellas amontonadas a esta última, están tocando fondo peligrosamente, y si la multitud perjudicada, no sale al paso como corresponde, la humanidad se verá envuelta en las más cruentas e ilimitadas desgracias. Jamás conocidas en extensión y ámbito mundial.

Ni siquiera la desaparición de los países socialistas del este, la globalización capitalista y la “paz duradera” del Sr. G. Bush, les permitirá de nuevo, salir de la crisis como en otras ocasiones, ni de lejos. “Los trabajadores del tercer mundo”, les pueden producir mucho, pero consumir poco. Y “el primer mundo” no puede consumir lo producido por aquellos, si las masas tienen escaso empleo, bajos salarios y por tanto manifiesta incapacidad adquisitiva.  Siendo que, los problemas económicos que causa la competitividad, solamente entre los países más desarrollados, es más que suficiente para comprender que esta crisis, de superproducción y supe riqueza, en manos de unas pocas familias, ya no tiene ninguna otra salida que no sea la de provocar un desastre inimaginable en la humanidad, o el de sucumbir ante una transformación radical revolucionaria.

Mientras tanto se aguanta esta actual situación, los empresarios vienen haciendo uso de las lógicas y olvidadas reivindicaciones más importantes de la clase obrera: la reducción del tiempo de explotación diaria, y no porque genere empleo, sino para competir y para que les genere beneficios, o para no perderlos. Precisamente su reducción de tiempo laboral, no sólo acorta el salario a las dos o cuatro horas que trabaja el explotado o la explotada, también las horas que se trabajan son las de los momentos en que hay más actividad. Lo que no evita que también contraten por media jornada y les hagan trabajarla completa, para ahorrarse cotización. Por demás, conocemos casos en los que trabajadores y trabajadoras contratados para cuatro horas, están en el tajo el doble de horas, porque los tiempos de espera para cargar o descargar un camión no se les abona. Este es un caso concreto que se conoce, seguro que hay muchos más.

Paradójicamente, los trabajadores y sus organizaciones (arrastrando el despiste histórico y derrotados sin paliativos en esta última batalla), nos dedicamos a reivindicar “trabajo digno” y jornadas completas de ocho horas de trabajo (que son las establecidas legalmente) más de siglo y medio después, de que esta reivindicación se comenzara a pedir en serio. En el pasado, diversas personas (en algunos casos muchas) estaban produciendo en una sola máquina; a día de hoy, una sola persona lleva una máquina o incluso varias, con la capacidad, cada una de ellas, que podían tener cientos de aquellas máquinas juntas. Plantas enteras de producción o de servicio están funcionando con escasísimo personal, donde antes había miles de trabajadores. No hace falta nada más que mirar a nuestro alrededor y comprobar los saltos que se han producido en todos los oficios y profesiones: gasolineras que funcionan con una sola persona que, de paso, se dedica a cobrar y a llevar un economato, y ya hay otro sistema en la que no hace falta nadie. Las grandes y medianas superficies comerciales, dependen solamente de reponedoras de productos en las estanterías, hasta las cajeras están desapareciendo. Si se hicieran estudios pormenorizados, reales de donde estábamos, de cuanto y como se producía y servía en tiempos pasados, a como se ejecuta, eso mismo, en estos momentos; nos daríamos cuenta de la descolocación que tenemos, en la reivindicación histórica de la reducción de la jornada laboral y de sus consecuencias.

Se dejó de razonar y exigir, que había que repartir el esfuerzo y sus diversos beneficios, por la lógica aplastante e indiscutible del interés de clase; y es esencialmente por eso, (por no haber mantenido firme y razonadamente esta reivindicación), que se ha provocado desconcierto, no sólo en las masas obreras, sino en primer lugar y por ello justamente, en sus organizaciones; en quienes las dirigen políticamente.

No obstante, pocos reconocen que este análisis, sobre la reducción de la jornada,   sea cierto; por lo general, desde las élites de las organizaciones de izquierdas, (si sí, desde las élites) hay dirigentes (yo he escuchado a algunos) que defienden razones tan peregrinas como que: si los trabajadores tienen dificultades para comprender y defender jornadas de 35 horas, como van asumir la de 15 por el mismo salario; nos tomarían por locos. Proponen reivindicaciones más asumibles y cercanas a la realidad que pueda comprender la gente. Ya vemos, se hacen un lío, y no se dan cuenta que razonan dentro de la realidad que impone el capitalismo. Estos, por muy dirigentes que sean, nos muestran una preocupante alienación e ignorancia, enredados en los paradigmas capitalistas.

Ni miento, ni exagero; estas perlas “marxistas” las he escuchado en discusión rechazando mis argumentos. Y a continuación venía eso otro de que, “en todo caso, eso ya lo veremos cuando establezcamos el socialismo”. Son razonamientos simplistas, vacíos de rigor, fruto de lo explicado anteriormente, en cuanto a que se hace absoluta abstracción (por falta de conciencia) de los motivos históricos y profundos que nos han postrado en esta situación, de despiste dialéctico, en la lucha de clases.

Precisamente es en esa ofensiva, del capitalismo, en la que éste vierte todos sus argumentos de clase e impone su realidad: Argumentan con la sobreproducción, con la irrupción de mercados de otros países, con que no se venden los productos, viéndose obligados a despedir a una parte de trabajadorxs; que si no lo hacen tienen que cerrar la empresa, etc. La bajada de los salarios se utiliza con similares argumentos; todo por la obligada competitividad. Y es esta lógica, esta cultura económica; la del mercado competitivo, la que en definitiva se ha impuesto y, por consecuencia, generalmente, ha sido engullida por la clase obrera, abatida frente a la ofensiva de los empresarios y del Gobierno que les impone retrocesos al tiempo que anuncian más imposiciones negativas.

Los capitalistas son conscientes de que deben ocultar el debate de clase en lo principal, por lo que echan mano de su capacidad manipuladora, enmarañando la realidad, tergiversándolo todo y consiguiendo imponer la lucha ideológica en cuestiones secundarias, aún que, en lo económico y político, sean de relevancia internacional.  Entretienen y engañan a su enemigo de clase, (al pueblo en general) desviando la atención de aquellos elementos principales en los que  se forjaron los  problemas; incluso consiguiendo, que  los trabajadores crean que son ellos también culpables del desastre económico y laboral, (de los cierres de empresa, de los recortes, de las deudas internacionales con los bancos, etc.). El mercado capitalista, su competitividad, que es la verdadera raíz de todos los males que aquejan a la humanidad, la presentan una y otra vez, sin parar, (en general y en cada país por separado) como la única salvación para la recuperación del empleo y la solución de los problemas. Toda una burda mentira, ya que en el mercado capitalista, todos los países del mundo compiten. Y esta dinámica no lleva a ninguna solución sino al “infierno”.

Habría que preguntarse por cuales son los obstáculos que se oponen a que las organizaciones obreras, sus dirigentes, tomemos conciencia de la realidad en la que nos desenvolvemos. Saber que existen, esos obstáculos, ya sería importante para poderlos descubrir y darnos cuenta de  adonde nos tienen arrinconados dándonos mamporros y, en contraposición, para saber en qué lugar deberíamos estar librando la batalla.  Ha de ser ahí; en el mismísimo corazón dual donde confronta el interés de clase: vosotros nos sometéis a la máxima explotación que podéis; nosotros procuraremos que sea a la inversa. Este campo de batalla ha estado y está siempre allí donde se produce la explotación productiva o de servicio,  allí donde los capitalistas ven peligro de perder posiciones de mercado entre su  clase y  compiten, despiadadamente para salvarse, a costa de otras empresas y de los trabajadores.

Observémoslo desde todos los ángulos y frentes que queramos y siempre concluiremos que, a más capacidad de rendir produciendo o sirviendo, o se exige mayor remuneración económica y menor tiempo de trabajo, (como razón profunda de clase, engarzada en su esencia de unidad y solidaridad), o el sistema capitalista impone, según sus necesidades, en base a la defensa de sus intereses.

En esta lucha, para la clase capitalista, la alienación de su antagonista de clase, juega un papel determinante; pues sin comprensión, sin conciencia de clase, los trabajadores son neutralizados y los capitalistas tienen el camino libre para dar rienda suelta a su imaginación, económica mercantil,  metiendo a la humanidad, de forma cada vez más masiva, en infinidad de problemas de extrema gravedad social: desempleo, inmigración, alimentación, vivienda, sanidad, educación, medioambiente,  corrupción, conflictos armados, etc. Ciertamente, en esta situación de extremas contradicciones del capitalismo en estos ocho últimos años, este, ha exigido al Estado una mayor implicación a favor de sus intereses, convirtiéndolo, descaradamente, (sin disimulo alguno) en ejecutor directo  de atracos al pueblo.

Todo este cúmulo de despropósitos, toda esta atomización de obstáculos, que empeora la vida más y más de las clases populares, es la tela de araña tupida y obscura, que no nos permite desengancharnos y ver con claridad. Pues con este panorama, es imposible que el pueblo pueda comprender y por tanto enfrentarse a su enemigo. Al contrario, ante la complejidad generada, sin una praxis de clase, acertada, las masas trabajadoras y populares quedan intimidadas, marginadas y sin saber que han de hacer.

Por su puesto, nadie debe dudar de la validez de la lucha obrera diaria sobre lo inmediato, en lo laboral y en los servicios, que sirve contra los abusos, para mejorar en el trabajo o en la asistencia; aumentar o no perder el poder adquisitivo salarial, etc. Pero mientras tanto, estos, estarán mejor abordados y defendidos, en la medida en que la lucha directa, en el tajo y en la calle, sea científica y no ceda. Para lo cual hemos de salirnos de su esquema paradigmático, tramposo y criminal y encontrar nuestro campo de lucha para torpedeárselo y asfixiarlo en sus aberraciones. Es decir la existente realidad de lucha cotidiana, penosa y somera en la que estamos empantanados, es consecuencia de la ausencia de esa praxis de clase actualizada.

La lucha por el reparto del esfuerzo en producir y servir tiene infinidad de razones, a favor de la clase obrera, y en contra del capitalismo; primero porque denuncia el sistema perjudicial, insolidario de mercado y explotación; y segundo, porque da verdadero sentido  a las palabras humanidad, igualdad, solidaridad y justicia. Para que esto se comprenda generalmente, lo único que se necesita es depositar el 90% del esfuerzo revolucionario en explicar estos pros y contras. Se ha de ir imponiendo él concepto de derecho a la aportación social solidaria; e ir enterrando el del derecho al trabajo competitivo y explotado. Esta tarea deberá facilitar que las masas comprendan la diferencia y se obliguen a tomar partido.  No puede ser que, en un mundo de inmensa abundancia, partes mayoritarias de  la humanidad, sufran graves necesidades y no se oigan gritos unánimes de indignación y rebelión.

RESUMEN

No he introducido análisis alguno sobre el tiempo que dedicamos también a la crítica del reformismo y del oportunismo de izquierdas por varios motivos: por su obviedad y coincidencia; porque según nuestra actuación, (“la de los mejores”), (desde donde no se viene actualizando la ciencia a la lucha) podría ser que en la práctica y sobre todo en los resultados, la línea no sea tan gruesa como creemos, entre los primeros y nosotros. También porque si me hubiera extendido, habría dificultado la comprensión de la tesis que planteo y de crítica a nosotrxs mismxs. (La izquierda radical).

Precisamente mi insistencia en repetir los contenidos de esta tesis, pretende provocar a quienes  la lean, esperando que se sientan aludidxs y por tanto dispuestxs a discutirla o a asumirla. De modo que, por ser vital y determinante, insto a corregir el error histórico por el que se desfasan las aspiraciones de nuestra clase. Es imprescindible la  teorización del mejor mundo a ganar, de abundante calidad, que nos permitirá despertar la lucha al generar esa necesaria subjetividad en las masas, para establecer el verdadero bienestar, con el verdadero socialismo. El camino será dificultoso, pero la gente del pueblo caminará por él, si sabe que, lo que ha de alcanzar, merece la pena llegar al final.

Considero por ello que, el lamentable lema principal de las marchas de la dignidad: pan, trabajo y techo; puede ser un buen ejemplo para sopesar nuestro atasco y despiste. Igualmente es un contrasentido reivindicar jornadas “completas” y trabajo digno en el capitalismo. En el capitalismo no hay trabajo digno, sólo venta obligada de fuerza de trabajo, comprada por los capitalistas al menor precio que pueden.

Siendo cierto que, la OTAN y contra otras organizaciones internacionales capitalistas, son frentes de lucha importantísimos que se han de atender; no obstante, no habrá manera de abordarlos con la fuerza que requiere, si no conseguimos que las masas comprendan y se activen en esa vasta realidad en que chocan los intereses de clase por la base.

En lo que hace referencia, a que dedicamos la mayor parte de nuestra actividad (por no decir que es toda) a explicar la realidad de explotación y opresión que el capitalismo lleva a cabo contra la clase obrera y el medioambiente; lo condensaré en un epílogo metafórico, pues cada vez que comento esta opinión con compañerxs cercanxs, me viene de necesidad exponerlo, por parecerme la mejor forma de transmitir lo que ocurre: así pues, si la lucha de clases se estuviera librando a base de pedradas; el capitalismo sería el único que nos tira piedras, mientras que nosotros solo nos dedicamos a avisarnos (e informarnos dentro de nuestras trincheras) de por dónde vienen, que velocidad traen, cuál es su envergadura y a cuantos escalabran y matan en cada momento. El resultado no puede ser otro que el que se está produciendo. Ellos, los capitalistas, saben  que, contra más piedras nos tiran más nos ocupan en esquivarlas, analizarlas y maldecirlas. Más nos neutralizan en la toma de iniciativas.

La cuestión entonces, por parte de la clase explotada, no puede ser otra que la de encontrar la manera de comenzar a tirarles piedras, para bajar la intensidad de su ataque, consiguiendo que una parte de su tiempo ofensivo la tenga que dedicar a defenderse. (O sea, a esquivar nuestras piedras y a curarse de las que les impacten). Pero esas piedras deben de ser lo suficientemente  ágiles y efectivas, como para que, tantísimos de esos y esas individuxs que aún no han tomado conciencia de que les están dando pedradas; se pongan masivamente manos a la obra, recuperando y desarrollando esa filosofía de concienciación y agitación basada en la realidad científica del momento. Néstor Kohan, (en su libro Nuestro Marx) lo expresa de este modo: …Que se defiendan nuestros enemigos. Hay que quitarle la iniciativa al enemigo. Nuestro Marx es entonces un Marx que pretende ser contemporáneo y al ataque.

Que esa actitud viene precedida por ese despiste (error) decimonónico que ha sido el que nos ha desviado del verdadero campo de batalla, que es donde se consuma la explotación del hombre por el hombre. Un error, difícil de corregir si antes no nos empapamos de su existencia.

La afirmación de que existe este error histórico, acumulado en el tiempo (basado en un desfase  reivindicativo y paulatino), podría entenderse dentro de esta otra metáfora: es como un pequeño roto, en una gran tela que se deja sin coser, que cada vez se hace más, y más grande, hasta el punto en que quedamos sumidos en el vacío del desgarro habiendo perdido de vista sus raídos bordes. Iñaqui Gil de S. Vicente, lo explica de una manera sencilla: cuando un error no es corregido no sólo se agranda sino que hasta se olvida. Y esto es realmente lo que ha ocurrido. Sería determinante que hubiera esa disposición a  reflexionar sobre si es cierto la  existencia de este error del que estoy ablando. Sólo hace falta que no se esté cieg@ y echar la vista atrás.

Todo esto también tiene que ver con nuestra reiteración en lo que ya tod@s sabemos; pues es agotador y decepcionante que nos repitamos, permanentemente, en que hay que organizar a la clase obrera y a los “ciudadanos de a pie” en todas partes, etc. etc. Constatándose que de la anterior reunión a la siguiente, nos encontramos en la misma situación. Esto sucede en las exposiciones y conclusiones de cada una de las reuniones o encuentros que tenemos, sin que seamos capaces de darnos cuenta que, (nuestro “Sísifo”) tiene todo que ver con nuestra incapacidad para analizar y averiguar los motivos.  Ya que para llevarlo a cabo no sirve con repetir e insistir, sino en  reconocer que este hándicap se supera analizando en profundidad, el tiempo que haga falta, encontrando el método dialéctico revolucionario consiguiendo que surja el acierto. Un acierto, que sólo puede ser constatado por los avances que experimentamos.

De modo que, hemos de convencer con contenidos que convenzan, pero teniendo una organización que los haga llegar a su destino. Hemos de conseguir esa organización revolucionaria, hegemónica por su capacidad de transmitir;  pero jamás la tendremos sin el uso de la verdad, sin la aplicación de contenidos científicos y revolucionarios, que conecten con las masas y las entusiasmen haciéndolas tomar conciencia para implicarse, organizarse y activarse hacía la revolución.

Si se usan y se muestran razones científicas de peso, es factible revertir el proceso que en estos momentos está teniendo la lucha de clases. Para ello las organizaciones revolucionarias deberán comenzar por el principio, concienciando, formando y organizando a multitud de jóvenes. Pero siempre sobre la actualización verdades irrefutables.

En este sentido, el cómo conectar con la gente, consiguiendo que lleguen los contenidos, precisaría también de debates serios e intensos. El combate ideológico-comunicativo lo estamos perdiendo por goleada. Lo que extrema aún más el panorama de debilidad de la izquierda radical y la sensación de derrota.

 

J.Estrada Cruz